Conocí la vida en un pueblo donde respiraba mar y música. Crecí en el centro de una familia de músicos gracias a los cuales empecé tímidamente a cantar con 4 años y a tocar el violín con 7, instrumento para mi genéticamente heredado, que aún me acompaña en mi camino.
A través de los sonidos que viajaban de mi voz y de las cuerdas de mi violín descubrí que la música era más que notas, sabía a emoción. La presión social hacia las salidas profesionales arrasó cual ola de levante llevándome a estudiar psicología, dejando la música en un doloroso letargo. Ella fingía, pues sólo esperaba hasta que la situara en el lugar que le correspondía. La busqué durante años con la constancia que nace de cantar y estudiar bajo las enseñanzas de grandes cantantes, y gracias a la ayuda de la música antigua, mi favorita, en forma formal de master, la desperté de su sueño encantado.